miércoles, 17 de agosto de 2016

Los mejores microcuentos del mundo I

"El globo"  (Miguel Saiz Álvarez)

Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño.

El espejo chino (Anónimo)

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.

Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.

Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.

La mujer le dio el espejo y le dijo:

-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.

La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:

-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.



El Drama del Desencantado (Gabriel García Márquez)

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.    


Hiroshima (Rodolfo Lobo Molas) 

En segundos todo fue un caos indescriptible. La vida aparentaba haber desaparecido. Ella se sacudió el polvo que la cubría y se levantó de entre las ruinas: sus ojitos azorados vieron el espanto. De pronto asomó otra cucaracha y juntas se escabulleron por entre los escombros.


El último cuento (Juan Carlos García Reig)

—En sus cuentos breves el tema de la muerte suele aparecer con cierta frecuencia, ¿a qué se debe?

—No es un tema privativo de mis cuentos, habrá notado que en la vida cotidiana también suele aparecer con cierta frecuencia.

—¿No teme jugar con la muerte?

—Soy un escritor temerario.

—¿Qué está escribiendo ahora?

—Un cuento trivial: el escritor que dialoga con la Muerte y la muy pícara lo sorprende en la mitad de una palabra.

—¿Cuál palabra?

—No lo sé, pero seguramente le va a faltar la última sílaba y el cuento quedará inconclu 


La mala memoria (André Breton)

Me contaron hace un tiempo una historia muy estúpida, sombría y conmovedora. Un señor se presenta un día en un hotel y pide una habitación. Le dan el número 35. Al bajar, minutos después, deja la llave en la administración y dice:

–Excúseme, soy un hombre de muy poca memoria. Si me lo permite, cada vez que regrese le diré mi nombre: el señor Delouit, y entonces usted me repetirá el número de mi habitación.

–Muy bien, señor.

A poco, el hombre vuelve, abre la puerta de la oficina:

–El señor Delouit.

–Es el número 35.

–Gracias.

Un minuto después, un hombre extraordinariamente agitado, con el traje cubierto de barro, ensangrentado y casi sin aspecto humano entra en la administración del hotel y dice al empleado:

–El señor Delouit.

–¿Cómo? ¿El señor Delouit? A otro con ese cuento. El señor Delouit acaba de subir.

–Perdón, soy yo… Acabo de caer por la ventana. ¿Quiere hacerme el favor de decirme el número de mi habitación?

Preocupación (Orlando Enrique Van Bredam)
—No se preocupe. Todo saldrá bien —dijo el Verdugo.

—Eso es lo que me preocupa —respondió el Condenado a muerte.

Calidad y cantidad - (Alejandro Jodorowsky)

No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.

Hablaba y hablaba - (Max Aub)

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

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